Aquel que te libera por el goce de la palabra

Rubenski

   El libro de Juan Martins, Suele vestir de sombra (El Taller Blanco Ediciones, Colombia. Colección Voz Aislada, 2021) contiene homenajes a Borges, a Sylvia Plath, a Quevedo y a Paul Gauguin; es la ausencia de la mujer que completa el retrato frente al espejo; la ansiedad del dolor, las tremebundas espinas clavadas en los ojos. El sueño epiléptico, límbico, ensimismado. Absorto en las letras, absorto en el abismo del Ser Interior. En las borracheras brota el halo de la mujer, el silencio más ínfimo, el más puro. Los ruidos de las cosas se precipitan. Los rugidos de los astros abren rutas hacia la cábala, magia judía. La voz de Aleph Lamed Daled. El horno de la cocina integral —con el gas abierto— donde metió la cabeza Sylvia Plath, mientras dejaba a sus hijos en una habitación protegida contra la emanación, sellada al extremo.

   La desdicha y el desamor corre en las venas de Martins. La catapulta dolorosa de los sinsabores del poeta. Se levanta frente al pelotón de fusilamiento. No teme, se desborda. Las balas no sirven contra la poesía. Voces en la arena me dicen que en estos racimos de poemas —uvas consagradas— se encuentran las ebriedades del vino tinto y el vino blanco. La poesía venezolana de nuestros días tiene en Juan Martins un referente vital. Escribe también en lengua lusitana. Pessoa, Saramago & Compañía, Eça de Queirós, le acompañan en sus travesías. «Ya sin ti, no tendremos la despedida de los espejos con los que limpiabas las sombras de mi rostro»; «el vientre, un vacío estado de la locura sin ti»; «siempre taciturna y distante». Letras ensimismadas. Fulgor de eternidades en los versos, en las estrofas hambrientas de amor, deseando el sueño perdido. Añoranzas en las tercas manos del dolor sombrío; la caricia brota en el aislamiento. La locura del alcohol, cura. Se abre el alma y se desbordan chispeantes palabras de tinta negra. Son las mañanas del suicidio, los atardeceres del renacer. La noche del vampiro; la madrugada es solamente para criaturas insomnes.

   Un sol verde entra por las ventanas del jardín y Martins se viste de sombra en un castillo embrujado. Va sin consuelo. Se le ve en los ojos un triste destello desalentador. Es el camino de Borges, el camino de la ausencia y la ceguera. Se viste de sombras. Suele vestir de sombras, escribe con su pluma en un obscuro páramo de la ciudad de Caracas. Dice palabras portuguesas en voz alta. Se desgañita en la tristeza, pero es un estoico, sabe resistir. Es persistente como la hormiga tejedora, que carga cien veces su peso. Se necesita una entrega total para resistir las perdidas, las depresiones y, no sucumbir como Plath o acabar como Borges. «Una mujer agraviada cambiaría el mundo». Es «el adulterio del temor». Porque «si Quevedo me leyera por separar la noche sería aquel desierto». «Lloro y es el goce de mi desamor», «aquel que te libera por el goce de la palabra». Dice el poeta sudamericano: «El amor me está vedado por los espejos». Juan Martins sufre, pero comprende la importancia última: no desfallecer nunca, escapar del Castillo de If, así como lo hizo El Conde de Montecristo en la novela de Alexandre Dumas. Suele vestir sombra y se arraiga en el silencio: vive como un fantasma.

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